El arranque de la gestión del nuevo presidente norteamericano genera amores y odios casi por igual. La intención de bajar impuestos y llevar adelante estímulos fiscales llevaron a Wall Street a récord históricos. Pero, ¿podrá cumplir sus promesas? Por Marcelo Falak
Desde que Donald Trump se instaló en la Casa Blanca, la tónica de los acontecimientos económicos en Estados Unidos ha estado signada por tres rasgos principales: escasas medidas concretas, reiteración de las promesas de campaña y un rally bursátil que no deja de sorprender.
La nueva administración estadounidense ha estado hasta ahora más preocupada por poner orden en su caos inicial, por atajar escándalos, por sus peleas con la prensa y por las polémicas migratorias que por poner manos a la obra en materia económica. Sin embargo, Wall Street no frena.
Cuando Trump ganó las elecciones del 8 de noviembre último, los pronósticos del mercado no podían ser más sombríos. Con todo, la corrección a la baja de hasta un 15% que se auguraba no fue tal, y el Dow Jones se movió hasta el cierre de esta edición en un sentido exactamente opuesto: un 15% al alza, perforando incluso la barrera de los 21.000 puntos.
“Antes de las elecciones, los analistas éramos muy negativos porque habíamos escuchado amenazas de elevar un 45% los aranceles a los productos de China y un 35% a los de México. De haberse concretado, eso habría llevado al país a una gran depresión. En el fondo, Trump es un proteccionista, pero el mercado ve que la institucionalidad de Estados Unidos le hace difícil concretar lo que desearía. Entonces observa que se han producido nombramientos de personas idóneas y lógicas, y la posibilidad de que se ponga en marcha un plan amigable para el mercado”, dijo Alberto Bernal, estratega jefe de XP Securities.
Pero es necesario establecer matices. “Creo que es un rally totalmente basado en expectativas. El mercado está apreciado en un ciento por ciento por lo que se piensa que Trump va a poder hacer en términos de su plan fiscal, que es bueno porque apunta a reducir los impuestos corporativos y para los consumidores. Pero el problema es que eso no es gratis. Entonces, ¿cómo se va a financiar la rebaja de impuestos, el plan de infraestructura?”, se preguntó.
Todo lo que rodeó el primer discurso del mandatario ante la Asamblea Legislativa el pasado 28 de febrero resultó ilustrativo de ese estado de cosas. La Bolsa de Nueva York interrumpió su carrera alcista en la previa ante la incertidumbre sobre cuál sería el mensaje del indescifrable Trump. Siempre desconcertante, este se despachó con un discurso en el que supo combinar sus propuestas de siempre con un lenguaje más aceptable, lo que le permitió al mercado continuar con su optimismo. El magnate supo enfatizar con claridad lo que los inversores querían escuchar: recorte de impuestos, menores regulaciones y suba del gasto público para estimular sectores productivos clave.
Sin embargo, ante la falta de hechos concretos, algunos observadores comienzan a hablar de sobrerreacción, de burbuja y de un peligroso exceso de entusiasmo.
“Creo que hay un riesgo de exageración. Por eso recomiendo bajar la exposición en acciones y veo al S&P500 en 2.350 puntos para fin de año. No hay hoy fundamentos para darle piernas a semejante rally porque aquí no ha habido nada más que expectativas”, aseveró Bernal.
Medidas e indicios
Las decisiones del Presidente concretas han sido pocas hasta el cierre de este artículo.
Diez días después de su asunción, Trump firmó una orden ejecutiva (decreto) para que todas las dependencias del Gobierno se obliguen a eliminar dos normas regulatorias por cada una nueva que emitan.
Luego firmó otro decreto ambiguo destinado a revertir las regulaciones del acta Dodd-Frank, la ley con la que Barack Obama buscó blindar a la banca de un colapso como el de 2008. Y sumó una directiva más para desmantelar la previsión de que los brokers se guíen por el deber de aconsejar adecuadamente a sus clientes y no solo por la maximización de sus ganancias.
Lo demás pasó por las restricciones migratorias (que en buena medida terminaron judicializadas), la prohibición al ingreso de refugiados, la puesta en marcha del proceso administrativo para completar el muro a lo largo de toda la frontera con México y, básicamente, palabras.
Sin embargo, el mencionado mensaje ante el Congreso actualizó el compromiso del Presidente con sus promesas de campaña, un conjunto de ideas que combina, de modo inédito, la “economía del lado de la oferta” de Ronald Reagan con una impronta intervencionista en el ciclo económico: la ya llamada trumponomics. Mientras los analistas intentan desentrañarla, lo que queda claro es que esta supone una vuelta de campana completa con respecto a lo hecho por Obama.
El diagnóstico condiciona la receta
Wilbur Ross es el secretario de Comercio de Trump y es el autor, junto con Peter Navarro, un profesor de Negocios en la universidad de California-Irvine y titular del nuevo Consejo Nacional de Comercio, de un paper que compendia las bases de la trumponomics: “Scoring the Trump Economic Plan: Trade, Regulatory, & Energy Policy Impacts” (Marcando el plan económico de Trump: impactos comerciales, regulatorios y de política energética).
El diagnóstico que surge del mismo es claro: Estados Unidos vive una falsa “nueva normalidad”, que lleva a la resignación frente a la realidad de que el crecimiento económico haya caído del promedio anual de 3,5% registrado entre 1947 y 2001 a un 1,6% en la actualidad. Bajo esas premisas, se puede y se debe llevar el crecimiento del PBI a un promedio de 3 a 3,5%.
Los autores refutan la idea prevaleciente de que esa declinación se debe a los cambios demográficos que hacen que la población activa se haya reducido. Al contrario, Ross y Navarro dicen que “no hay nada de normal en la ‘nueva normalidad’” y que esta se debe a la aplicación de políticas equivocadas en materia de tratados de libre comercio, regulaciones asfixiantes y una carga tributaria excesiva. Del diagnóstico surge la receta, que Trump resume en sus caballitos de batalla: libre comercio sí, pero “justo”, es decir sin déficit para Estados Unidos; masiva desregulación; y reducción drástica de los impuestos para las empresas y la clase media.
Así, dio por tierra con el acuerdo Transpacífico y se propone rediscutir el costado mexicano del Tratado de Libre Comercio de América de Norte (NAFTA). Por el momento, la polémica por el muro distrae la discusión de fondo y la posibilidad de aplicar un arancel extra a las importaciones provenientes del sur son una amenaza que mantiene a los enviados de Enrique Peña Nieto atados a la mesa de las negociaciones.
Asimismo, ya están emitidos sus decretos desreguladores y, música para los oídos de los legisladores republicanos, sus enemigos íntimos, avanza con los planes para bajar los impuestos.
La idea, en este último sentido, es reducir la tasa de impuestos que pagan las empresas al 15%, terminar con la contabilidad creativa de las compañías y beneficiar a la clase media con deducciones más generosas.
Este aspecto, heredero de la reaganomics, se combina con la impronta más intervencionista de Trump: un aumento del gasto que, como en los 80, beneficiará al Pentágono con un presupuesto 10% mayor pero que no se limita a eso sino que establecerá una alianza público-privada para reconstruir la infraestructura estadounidense. El gasto total previsto en este último concepto para los próximos diez años alcanza a un billón de dólares.
Pero, como dijo Bernal, alguien tendrá que pagar la factura y la combinación de más gasto y menor recaudación puede elevar en un billón de dólares anuales la deuda pública, mucho para un PBI de unos 20 billones. En este punto surgen las dudas.
Ahora bien, ¿lo que funcionó con Reagan en los años 80 funcionará del mismo modo hoy?
“La reaganomics impactó muy bien porque la economía era entonces diferente, mucho más industrial. Hoy, la quinta o sexta compañía más valorada del S&P500 es Facebook, una empresa que tiene catorce mil empleados. Bajar los impuestos va a ser bueno para ellos y para la empresa, pero no va a hacer que esta incremente su plantel. Seamos sinceros: no necesita más gente. Y lo mismo pasa en otras compañías”, explicó Alberto Bernal.
Los autores del plan Trump explican que cada punto porcentual extra de crecimiento del PBI permite generar 1,2 millón más de puestos de trabajo. Si eso es cierto, elevar el crecimiento en un punto y medio cada año hará que el país se haga con 18 millones de puestos de trabajo más en una década. Pero la economía de la era digital tiene, según algunos analistas, reglas de juego diferentes.
Estados Unidos cambió su estructura productiva a lo largo del proceso de declinación del crecimiento. La industria, el sector más multiplicador de empleo, ocupaba al 22% de los trabajadores en 1977 contra solo 8% en la actualidad. El trumpismo refuta a los que culpan de la pérdida de puestos de trabajo a la robótica y creen que es posible recuperar el terreno perdido. Alemania y Japón, dos países muy competitivos y que se encuentran al tope de la revolución tecnológica, tienen todavía, respectivamente, al 20% y al 17% de sus trabajadores ocupados en tareas industriales. Por eso, para ellos forzar a las automotrices a llevar de regreso a Estados Unidos sus plantas y empleos es más que un gesto simbólico.
Bernal matiza el punto. “La de los Estados Unidos es una economía que genera 7,2 millones de empleos cada tres meses y que en el mismo lapso destruye 6,7 millones. La creación neta es de 500.000 por trimestre. En una economía tan compleja, la política de disminución impuestos de Trump puede ayudar un poco pero no al punto de pasar de medio millón de puestos a, digamos, un millón”, indicó.
“Por eso soy muy escéptico sobre la posibilidad de que el plan fiscal de Trump vaya a generar mucho más crecimiento que el actual. El objetivo de 3 o 3,5% es completamente exagerado”, vaticinó Bernal.
Otro aspecto a evaluar es si el componente keynesiano de la trumponomics, la creación de empleo en base a un aumento del gasto, es viable en la actualidad. No, dicen los que recuerdan que Obama se despidió con un desempleo prácticamente “cero”, del 4,9% en rigor. Pero los asesores del Presidente dicen que el dato es engañoso, ya que corresponde hablar del “desempleo real”, esto es el que incluye a los trabajadores precarizados y a los subocupados contra su voluntad. Medido así, el índice trepa al 9,9%. De quién tenga razón depende que el estímulo fiscal genere entonces más trabajo o más inflación.
Trump pretende empujar a Estados Unidos a fuerza de voluntad. Por ahora, Wall Street cierra los ojos y avanza con él. Ya habrá tiempo para medir festejos y arrepentimientos.
Gastos y más gastos
Donald Trump pretende incrementar el gasto público en algunas áreas y, a la vez reducir impuestos, un conjunto que podría sumar entre 800.000 millones y 1 billón de dólares cada año a la deuda pública de Estados Unidos.
Reforma fiscal: El Presidente prometió una rebaja “histórica” de impuestos en beneficio “de nuestras compañías y de la clase media”. Los borradores que circulan hoy hablan de una resignación de recaudación de 700.000 millones de dólares por año, esto es un 20% del total actual.
Los republicanos más fiscalistas del Congreso pelean por compensar eso con nuevas fuentes de ingresos, como un incremento de los aranceles a las importaciones, que podrían dejar unos 100.000 millones de dólares anuales excedentes. Pero esto, aunque va en línea con las amenazas de Trump, es resistido por grupos de interés y por numerosos legisladores de los dos partidos.
. Más gastos en defensa: El mandatario prometió incrementar el 54.000 millones de dólares anuales, es decir un 10% estas partidas.
Infraestructura: Asimismo, pretende destinar 1 billón de dólares a obras de infraestructura en los próximos diez años, cifra que surgirá de una combinación de esfuerzos públicos y privados. Pero esto último, la inversión privada, termina siendo costeada por los contribuyentes en forma de tarifas y peajes.
Reemplazar el “Obamacare”: reduce en la actualidad el déficit federal en 14.000 millones de dólares anuales en concepto de impuestos a contribuyentes de altos ingresos y empresas. Pero los republicanos están decididos a derogarlo y no tienen todavía un plan de reemplazo, lo que sumaría al rojo fiscal.
Muro fronterizo: El controvertido paredón en la frontera con México costaría al menos 21.000 millones de dólares en cinco años, esto es unos 5.000 millones anuales.
Otras erogaciones: También se espera un gasto mayor en programas para los veteranos de guerra, asistencia para los pobres y otras partidas de costo aún no estimado.