El año en que vivimos en peligro
Todo lo que estaba planificado por el Gobierno salió mal. Pero el acuerdo con el FMI, la búsqueda del equilibrio fiscal y un duro plan monetario buscan revertir la crisis. Ya empezó la cuenta regresiva hacia la elección presidencial. Por Claudio Zlotnik
El 2018 fue el año que nadie esperaba. Nadie. Ni el Gobierno y tampoco la oposición. Parados 12 meses atrás, las expectativas eran bien diferentes a lo que finalmente fue. El Gobierno imaginaba el segundo año consecutivo de crecimiento después de mucho tiempo. Los más críticos objetaban el perfil “neoliberal del modelo macrista”, pero no iban más allá de ese postulado. Y algunos, como Carlos Melconian, sugerían que el “Plan Perdurar” podía llegar a las Presidenciales de 2019.
Pero no fue así. El 2018 fue “el año en que vivimos en peligro”. El de la explosión que, aun a sabiendas de las inconsistencias, nadie había percibido.
En palabras de Luciano Cohan, ex subsecretario de Programación Económica en la gestión Dujovne, “fue el año del ajuste que se quiso evitar”.
No se trata de echar culpas ni nada de eso. El contexto, cierto es, hacía prever un año por lo menos más calmo. Empezando por el escenario político. El 2017 había terminado de la mejor manera para el Gobierno. Triunfante en las elecciones de medio término, con un resultado más aplastante al imaginado, Mauricio Macri arrancó el nuevo año en su mejor momento desde la asunción.
La aprobación de la ley con la reforma previsional le había otorgado un plus a ese inmejorable cuadro político.
El “Plan Perdurar” intentó ser un puente para llegar a las presidenciales y recién entonces encarar las medidas para afianzar el crecimiento económico y hacerlo sostenible. Pero el mercado financiero lo hizo colapsar. En lugar de seguir prestándole a la Argentina, los inversores encararon el camino contrario: vendieron papeles que habían comprado y le dieron inicio a una corrida que tardó meses en parar.
La actividad económica, que en el primer trimestre se mostraba pujante, tambaleó. La recesión fue un hecho, y empeoraron los indicadores sociales. Creció el desempleo y, ante la disparada de la inflación, también la pobreza.
Mauricio Macri, que desde un primer momento en la gestión confió a ciegas en los diagnósticos de Federico Sturzenegger sobre la marcha de la economía, creyó que la única manera de equilibrar la situación era golpeando las puertas del Fondo Monetario Internacional.
A mediados de año, la crisis se había desatado con furia. A Macri le habían sugerido que todo se trataba de una “tormenta” pasajera. Que la reversión de los flujos de capitales se trataba de algo transitorio, y que con algunos reajustes al modelo se podría seguir adelante. En definitiva, la mirada por aquel entonces consistía en que una corrección del dólar a $25, y con la ayuda del Fondo, el escenario podría estabilizarse rápidamente.
No fue así. El término “mala praxis” se extendió -incluso- puertas adentro del Gobierno. Fue la primera gran crisis interna, que se zanjó con la salida de Sturzenegger.
La segunda oleada de la crisis, con el incontenible salto del dólar de $28,50 a $40 durante la gestión de Luis Caputo en el Banco Central, también terminó con el mandato del ex hombre fuerte del Deutsche. Había llegado como el “Messi” de las finanzas (presentado así por Marcos Peña). Duró en Reconquista 266 apenas un trimestre.
Guido Sandleris formó parte de las últimas negociaciones con el FMI y asumió en el BCRA con el “renovado” stand by ya acordado. El nuevo plan se sintetizó en un histórico “apretòn monetario”, consistente en súper tasas de interés y nada de emisión monetaria. En síntesis, el “Plan 0-0” (emisión cero y déficit primario 0).
En el medio, la crisis fue violenta en cuanto a la salida de capitales. Un repaso por la evolución de las Reservas del Banco Central resulta elocuente.
Cuando empezó la corrida, sobre finales de abril, las Reservas se encontraban en US$ 62.456 millones. Hasta la tercera semana de junio habían caído hasta los US$ 48.102 millones (-US$ 14.354 millones).
Justo entonces llegaron los primeros US$ 15.000 millones del FMI, y las Reservas escalaron hasta los US$ 63.274 millones.
Desde ese momento hasta el final de octubre, las Reservas volvieron a caer otros US$ 15.208 millones. Justo cuando llegaron a US$ 48.066 millones, el aporte del FMI las volvió a engordar.
Para pasar en limpio: en un semestre -abril a octubre-, de las Reservas se fueron la friolera de US$ 29.562 millones. Un movimiento compensado únicamente por los acuerdos firmados en Washington.
¿Será distinto esta vez? ¿Se convertirà 2019 en el año del despegue? Esas preguntas básicas nos meten de lleno en el análisis de lo que puede suceder el (inminente) año que viene.
Para algunos funcionarios del Palacio de Hacienda (y también para el staff del FMI, que lo planteó en su última revisión de las cuentas argentinas), podría trazarse un paralelo entre esta crisis con la del “Tequila” mexicana de mediados de los años ‘90.
En el origen, ambas crisis tuvieron similitudes: el desequilibrio de la “cuenta corriente”; un hecho externo que gatilló la salida de capitales (en el caso de México, la suba de la tasa de la FED), y también existían títulos locales (allá los “Tesobonos”, acá las Lebac y ahora las Leliq) cuyas licitaciones se monitoreaban a diario.
El masivo rescate de México fue liderado por el Tesoro estadounidense (20.000 millones de dólares), y detrás estuvo el Fondo Monetario, con 17.000 millones. Como en el caso argentino, aquellos desembolsos superaron los 50.000 millones de dólares.
El principal nexo entre ambas crisis -y así lo evalúa el propio Fondo- radica en el “apretòn” monetario en que se se basa el plan de estabilización.
Como en el México de hace casi un cuarto de siglo, ahora en la Argentina también se está construyendo una estabilidad. En principio, cambiaria. Es lo que se está cristalizando. Un tipo de cambio que quedó más o menos estable merced a una tasa de interés de referencia arriba del 70% anual.
En el horizonte conviven, claramente, dos cuestiones (variables) que serán claves los próximos meses. Porque ambas están vinculadas: el escenario económico-financiero y el escenario político, en un año donde se elige Presidente.
¿La tasa de interés podrá bajar a un nivel más amigable para una economía en crecimiento? ¿Cuánto tiempo le demandará?
Se trata de cuestiones que no dependen ni de la voluntad ni de la astucia del equipo económico.
- En primer lugar porque esa decisión deberá analizarse, en primera instancia, con el staff del Fondo.
- En segundo lugar, porque el recorrido dependerá también del contexto externo. Ya lo demostró esta misma crisis: hoy en día, la Argentina se encuentra en un nivel muy vulnerable a lo que sucede allá afuera. El “Efecto Mariposa”: un aleteo de una mariposa en Brasil o Turquía, por ejemplo, tiene un impacto en el mercado local.
- Y, en tercer término, juega la política. Está claro que, a medida que transcurran los meses, las encuestas por las elecciones de octubre y la temperatura de “la calle” no pasarán desapercibidos para los inversores. Y lo que hoy en día luce equilibrado, mañana ya no lo será. Aun cuando las condiciones financieras internas permanezcan constantes. Se tratan de los costos “ocultos” de un equilibrio inestable.
La conclusión de los tres puntos anteriores refiere a que en la Argentina de los próximos meses será muy difícil alargar el horizonte.
En definitiva, esto es lo que hace vulnerable al modelo vigente, el que comenzó en octubre con la llegada de Sandleris. Y si es así, ¿cuánto tiempo podrá aguantar el actual estado de cosas? Básicamente, el nivel de empleo.
Cierto es que, a diferencias de crisis anteriores -como ocurrió en los `90 e incluso en 2001-2002-, esta vez el empleo público se mantiene en niveles constantes. E incluso en el último año ha aumentado en las provincias y municipios, a pesar de la malaria y del recorte fiscal.
Lo mismo ocurre con los programas de ayuda social, que continúan en aumento. En épocas de gran incertidumbre como la que persiste desde abril último, tanto el empleo estatal como la asistencia social terminan por ponerle un verdadero piso a la crisis.
Ya habrá tiempo para volver a discutir sobre la eficiencia del Estado a la hora de utilizar sus recursos. Pero, en la crisis, es mejor prevenir un agravamiento de la situación social.
La preocupación del sector privado, hoy por hoy, se focaliza en que lo más rápido posible haya un desahogo. Que se flexibilice la cadena de pagos. Y la única manera de lograrlo sería a través de una reducción en el costo del dinero.
Para el Gobierno, para lograrlo será con una baja sensible de la inflación. Así lo escribió en el Memorándum con el FMI. “La inflación debería alcanzar un punto máximo por encima de 40% para enero de 2019 y comenzar a caer rápidamente a poco más del 20% a fines de 2019.”
Siguiendo con el paralelo mexicano, allí el proceso de baja de las tasas de interés recién se afirmó al año siguiente del estallido de la crisis. Sin embargo, la actividad económica comenzó a repuntar antes: en el tercer trimestre de 1995 (seis a nueve meses después de la devaluación), el PIB ya era positivo respecto del segundo trimestre.
Dudas que persisten
El Instituto de Finanzas Internacionales (IIF) -el mayor consorcio de bancos del mundo- puso en duda el éxito del plan de estabilización. Sobre todo por lo que vaya a suceder durante el año electoral, especialmente en materia fiscal.
En su último reporte, donde analiza el último acuerdo entre la Argentina y el Fondo, el IIF planteó que si bien ese plan “no es inaudito en los programas anteriores del FMI, está en el rango superior de lo que otros países pudieron lograr”.
“La historia nos dice que el ajuste podría resultar difícil el próximo año, ya que las elecciones tienden a coincidir con el empeoramiento del balance fiscal”, arriesgan los banqueros del IIF.
En el Palacio de Hacienda se sienten seguros de que los números se cumplirán. Y agregan que “el hecho de que el mercado laboral aguante, no se haya desplomado, nos da confianza. Nos costará pero vamos a cumplir y llegaremos a las elecciones en terreno positivo”.
El nuevo acuerdo con el FMI, en marcha
US$ 57.000 millones
Los desembolsos comprometidos por el FMI hasta 2020
1%
Es el superávit fiscal primario comprometido para el 2020. En 2019 debe haber equilibrio presupuestario.
Zona de no intervención
Arrancó en $34 para el piso y $44 para el techo. El Central no puede comprar ni vender dólares si el tipo de cambio se mantiene en esos niveles.
-1,7%
Es la caída del PBI que el FMI pronostica para el año próximo.