Por Tomás Costantini, Founder de Miiii
Últimamente, vivimos cierto malestar en la cultura emprendedora argentina. No es algo estrictamente nuevo. La idea de una Argentina potencia, que todo lo puede, granero del mundo, tierra de Premios Nóbel y campeones deportivos siempre convivió con su negativo: la inflación endémica, los tiros en el pie, ese aparente autoboicot en el cual, teniendo todo, no logramos nada. El país del no se puede. Durante los últimos diez años de recesión, coronados por la crisis macro que inició en 2018 y el golpe frontal de la pandemia, esa convicción de que “acá es imposible” parece más cementada. Lo preocupante de esta sensación, que desafortunadamente impacta fuerte en las nuevas generaciones, es que no solamente se alimenta de la realidad sino que también produce realidad. Como bien sabe cualquier interesado en la economía, las expectativas mandan, no obedecen.
Objetivamente, Argentina atraviesa un muy mal momento económico y no abundan las señales que atraigan inversión en nuevos emprendimientos. Las comparaciones son odiosas, pero no es casualidad que leamos en las noticias sobre el interés de argentinos en iniciar negocios en Uruguay: un emprendedor que arranca sus actividades en Argentina como monotributista, tiene un límite de facturación de alrededor de 15.000 dólares. A partir de allí pasará al régimen de Responsable Inscripto con 30% de impuesto a las ganancias. Del otro lado del Río de La Plata, recién una facturación de 500.000 dólares paga hasta el 15% por ese mismo concepto.
Y sin embargo, se puede. No es que no haya nada para cambiar, sino todo lo contrario. Pero la base -todavía- es muy sólida. La capacidad de los argentinos, su aún pujante mercado interno, la resiliencia ejercitada durante décadas y una voluntad innegable por superarse hacen de este país una tierra de emprendedores exitosos. En 2021, Argentina sumó 5 unicornios a su destacado panteón de empresas de base tecnológica valuadas en más de US$ 1.000 millones: Ualá, la fintech liderada por Pierpaolo Barbieri que en menos de 3 años se posicionó como challenger de los bancos y MercadoPago en Argentina y expandió su operación hacia México; Vercel, una compañía fundada en San Francisco por el argentino Guillermo Rauch que creó una plataforma digital para diseñadores web front-end; Aleph, la agencia de publicidad que representa a plataformas como Twitch y Spotify creada por Gastón Taratuta; Bitfarms, la minera de Bitcoin que opera en Canadá y cotiza en Wall Street, liderada por Nicolás Bonta y Emiliano Grodzki (a su vez, creador del popular Chocoarroz); y Mural, una muy innovadora plataforma para el trabajo colaborativo, procesos creativos, brainstorming, desarrollo de proyectos y mucho más.
Estos 5 nuevos unicornios se suben al camino ya trazado por MercadoLibre, Globant, Despegar, OLX y más recientemente Auth0. Y en conjunto, demostraron que sí se puede construir compañías que escalen regional e internacionalmente desde Argentina, y son un activo invaluable para todos los que integramos el ecosistema tecnológico. Los VC’s suelen decir que los unicornios son como los mundiales: que un mercado los tenga no va a decidir una inversión, pero sí orientará el interés. Posicionan a la Argentina como un hub de talento e innovación. Con este nivel de Riesgo País, ese dato no es poca cosa.
El éxito de estas empresas nos deja una lección crucial para nuestro rumbo económico: desde Argentina se puede hacer cualquier cosa, pero con Argentina no alcanza. Una mirada puesta más allá del mercado interno, con el mundo en el horizonte y América Latina como ambiente natural. Esto no significa despreciar el mercado interno. Todo lo contrario: muchos de nuestros unicornios desarrollaron los fundamentos de su negocio en un mercado dinámico y atractivo; pudieron “probar” sus soluciones en un entorno competitivo y a una escala considerable. Es una dimensión que no solemos destacar cuando hablamos de la resiliencia de los emprendedores argentinos: claro que somos expertos en crisis, en caernos y en levantarnos. Pero también tenemos la oportunidad de operar en un mercado relevante.
Pero estos aspectos son secundarios frente a lo verdaderamente diferencial que es el talento argentino. Sé que suena demasiado trillado y un tanto ególatra, pero la evidencia sobra y es algo que no debemos dejar de subrayar. No para pulir nuestro orgullo sino para señalar la importancia de preservarlo. Por un sistema robusto de universidades, por una sólida estructura educativa, un acceso temprano a la tecnología en términos relativos respecto de la región y una estrategia consistente de las empresas, Argentina produjo talento excepcional en los últimos 30 años. Ese es el capital más valioso para cualquier país en el siglo XXI y es lo que nos permite pensar que es posible escalar una de las industrias clave para el desarrollo: la industria del conocimiento.
Es imposible no entusiasmarse frente a un sector que paga los mejores salarios del mercado, prácticamente no tiene impacto ambiental, con sus soluciones facilita la vida de las personas y hace más eficiente al resto de la economía, y que además de todo eso genera divisas. El desarrollo de software y los servicios basados en tecnología son un motor de crecimiento, una avenida de inclusión y una plataforma para empezar a solucionar muchos de nuestros problemas.
Argentina se ha destacado como exportadora de argentinos que triunfan en el exterior, y algunos de los nuevos unicornios son ejemplo de esto. Pero para crear verdadero valor en nuestra sociedad, necesitamos que ese talento pueda desplegarse plenamente en Argentina. Podemos hacerlo y siempre vale la pena intentarlo una vez más.